miércoles, 20 de junio de 2007

Un reminiscente adagio

De pronto decide mirar por la ventana. Una lluvia copiosa y triste lo insta a seguir tocando su chelo, pero esta vez, quiso dejar de lado las sonatas y allegros de Brahms para lograr la inmersión absoluta en los adagios de Shumann. Es que esas melodías no dejan cabos sueltos... pensaba mientras tocaba; en fin, los sentimientos lo abrumaban y ya era muy tarde, la dicha de enamorarse constituía sólo un épico matiz novelesco. El movimiento mantenía la cordura y la melancolía colmaba la melodía, pero un silencio tímido y afligido irrumpió en la dinámica. Eso le recordó aquella tarde en donde la intriga por verla era asfixiante, pero esa congoja cesó al contemplarla de lejos y al observarla acercándose desde Pueyrredón, dando paso de esta manera, a una paz inminente que reformaba el aspecto de las nubes, impulsando el deseo apacible, el maldito amor, excusa de locuras sin sentidos e insanas desdichas.
Un abrazo jadeante fluye por sus afectos y rodea la esencia de ella. El corazón en esos instantes se mantenía quieto, pero su cariño dilucidó todos los misterios que aquejaron el difuso viaje. En ese bus sólo habían quedado incólumes incertidumbre e inquietudes... manifestadas expresamente a través de lamentos sosegados y sollozos lagrimones. El tiempo en el asiento se detenía cada vez más y el paisaje resolvía apremiar las emociones, con cierta gratitud se liberó y le agradó a la noche que lo acercaba más y más a su destino, al destino de aquella bailarina de caricaturas.

Ahora, detiene toda afrenta por reencontrarse con las reminiscencias. El tabaco comienza a urgar en sus pulmones y así, exhala una reflexión cándida, blanca y satisfecha. Sólo las gotas dudan de su existencia, dado que el presente prohibe que el corazón de aquel adagio alcance el ritmo de un rondó... no sabe si desfigurar su aspecto, no sabe si aventurarse de nuevo, sólo le queda su música y su recuerdo, sus silencios y un cigarrillo. Una flor enterrada en su jardín devuelve sus fragmentos y craquela sus malestares, pero ésta, siempre seguirá rodeada de un espacio borroso y carcomido por un llanto: una melodía que para sus adentros siempre interpretará.

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