Muchos dogmatismos, religiones y sistemas políticos se empeñaron terca, sistemática y reiteradamente, a lo largo de toda la historia, sobre todo en la época del renacimiento y en la edad media, en silenciar aquello que denominaban “odiosos razonamientos infamantes de sagradas tradiciones e ideas milenarias”, pero todo esto fue inútil, fue una forma de tapar el sol con un dedo. Es así, el conocimiento y las ciencias han evolucionado con gran sufrimiento, de manera lenta y por momentos con considerables derramamientos de sangre. Precisamente así ha sido el avance del saber, con alegrías, pero a veces, con decepciones y frenos.
Hoy en día, no nos ensuciamos los dedos para escribir, como cuando se hacía con tinta; ahora lo hacemos usando un teclado de un computador de gran velocidad y de última generación. Hasta se logró que un engendro artificial derrotara al campeón mundial de ajedrez en un juego. Hace poco más de cien años la humanidad apenas despegaba del suelo en pedestres y frágiles aparatos, mientras actualmente estamos sumergidos en la nueva frontera que nos propone la estación espacial. En esta misma línea, podríamos señalar una interminable lista de nuevos inventos que la tecnología y las ciencias han podido concretar, ideas que en su momento parecían meras fantasías o ideas aberrantes sobre la naturaleza de las cosas. Hologramas, fractales, atractores, microscopios de efecto túnel, tomógrafos, resonancia magnética, nanotecnología, teleportación, etc, son sólo algunos de los nuevos conceptos y dispositivos que están a disposición en el día a día para mejorar la calidad de vida de la sociedad.
Pero estas realidades científicas aún están experimentando la edad del pavo, ya que es necesario instaurar una nueva dinámica de la relación objeto-sujeto que permita entender mejor el mundo que nos rodea, todo con el fin de evolucionar en las praxis de la observación y sobre todo, el desafío subyace en inculcar en la educación formas de “pensar en el pensamiento”; subsecuentemente, esto podría lograr superar viejas antinomias dogmaticas y burocráticas que han sometido a las mentes jóvenes y el pensamiento científico-racional a un monoteísmo y a una flojera mental durante más años de lo deseable.
Ideas como: mecánica cuántica, antigravedad, multiversos y universos paralelos, antimateria, teletransportación, etc, etc, nos intimidan injustificadamente con su complejidad, por falta de una explicación clara y sencilla que permita un acercamiento conceptual a los mismos, y a pesar que algunas de estas ideas revolucionarias están cerca de ser centenarias, la inmensa mayoría de la población no accede a sus increíbles implicancias y aún así, tampoco son muchos los intentos de hacer mas fáciles y comprensibles estos conceptos. Todas estas ideas, estarían resueltas si la evolución del conocimiento y su enseñanza a lo largo de la historia se hubiesen arraigado a la curiosidad como método principal.
Por ejemplo, la "realidad" que conocemos, que percibimos y aceptamos como tal, la "realidad" del universo físico, es experimentada y reconocida por nosotros a través de varios conductos: vemos algo con nuestros ojos, oímos algo con nuestros oídos, olemos algo con nuestra nariz, tocamos algo con nuestras manos o el roce de nuestra piel, y luego que estas diferentes señales o cadenas de interacciones con el mundo exterior son procesadas en los órganos del sistema nervioso periférico, decidimos que hay, conocemos, sentimos, o sabemos "algo"; en síntesis: con ese tipo de experiencias y otras similares vamos conformando la "realidad". Pero no hay evidencia científica alguna sobre ninguna otra clase de interacción sensorial de nuestro cerebro con el mundo que nos rodea; hablando seriamente no se ha demostrado, a pesar de lo mucho que se ha buscado, la existencia de formas de comunicación extrasensorial, telepatía, o probabilidades similares, que en caso de existir también se tratarían de interacciones de nuestro sistema nervioso. Es decir, son solamente nuestros sentidos los que interaccionan con algunos elementos del mundo exterior o medio ambiente que nos rodea, generando determinadas señales que transmiten a nuestro cerebro; pero de la única forma que conocemos y somos conscientes de ese "algo" u objeto externo, es a través del posterior procesamiento neural de esos estímulos en el interior de nuestro cerebro. De esta forma, el sonido, los olores, los sabores y los colores, tal y como los percibimos, no existen en el mundo exterior a nosotros, son un vínculo del medio ambiente exterior con órganos del sistema periférico exterior, llamémosle percepciones y sensaciones que se concretan y reconocemos como tales en nuestro interior.
La sociedad debe cambiar el switch educacional y fomentar el saber con plena totalidad, sin estancarse en discusiones éticas ni jurídicas. La sociedad debe lograr una apertura al desarrollo científico con miras incluso a aquello que no parece lógico ni solucionable, porque “cuando abres la mente a lo imposible, a veces puedes encontrar la verdad”. Puede que la ciencia nos otorgue todas las respuestas sobre la naturaleza de las cosas, de la realidad y nuestra relación con ella, pero tengo la esperanza que la evolución nos lleve por ese interesante camino, en tanto mantenga el valor de la pregunta como elemento generador de impensadas y justificadas ideas, y evite, el paralizante estigma del dogma.
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